miércoles, 29 de octubre de 2008

LAS BALLENAS

Mi abuelo me contó de las ballenas. No era que alguien viviera en el interior de una ballena ni nada semejante. Eran las ballenas naturales, los seres más grandes y hermosos –según mi abuelo- con vida en el planeta. Como entonces no pude hacerme una idea de la longitud -que había puesto en metros-, señalé hacia la tranquera y él se sonrió y dijo que sí. Pero supe que era demasiado.

Era verano en la llanura reseca. Mi abuelo se despertaba antes del amanecer y escuchaba noticieros la cocina, hasta que se hacía de día. Cuando, horas más tarde, él dormía la siesta, ya con el sol ardiendo, yo escuchaba en la misma radio emisoras remotas. No buscaba noticias sino canciones de amor.

Muchos años después, muy lejos de ese lugar, con mi abuelo largamente muerto y yo mismo volviéndome un viejo, un atardecer en un hotel sobre la playa al norte de Chile, algo me hizo volver a la llanura. Sucedió de pronto. Se llenó la habitación de reflejos de sol sobre las últimas olas del día y evoqué -al principio sin saber por qué- a mi abuelo; y también me acordé de mí mismo, del que había sido, perdido en una planicie infinita. Enseguida comprendí que en esos reflejos se movían las ballenas. Me quedé mirando, lentamente en el techo y las paredes, la luz del agua del mar.

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